Hay historias que no viviste, pero que te habitan.
Hay emociones que no son tuyas, pero las llevas.
Hay formas de amar, de cuidar, de callar o de resistir que vienen de muy atrás…
De tu madre. De tu abuela. De las mujeres que te precedieron.
Eso es el linaje femenino.
Un tejido invisible hecho de experiencias, heridas, silencios y también de fuerza, ternura y sabiduría.
Lo heredamos en la forma en que nos relacionamos con nosotras mismas, con el cuerpo, con la maternidad, con el trabajo, con la culpa o con el merecimiento.
¿Cómo nos condiciona?
A veces sentimos que repetimos patrones sin saber por qué. Nos sobrecargamos, nos exigimos, nos olvidamos de nosotras para cuidar a otros.
O no nos permitimos brillar, disfrutar o simplemente estar en paz.
Y al mirar más profundo, aparece una historia repetida generación tras generación:
-Mujeres que no pudieron elegir.
-Mujeres que aprendieron a callar.
-Mujeres que se adaptaron por necesidad, no por deseo.
Sin darnos cuenta, reproducimos pactos invisibles de lealtad:
-“No puedo estar mejor que mi madre”
-“No puedo vivir diferente a ellas”
-“No me lo merezco si ellas no lo tuvieron”
Sanar el linaje no es rechazarlo, es honrarlo.
Es mirar con amor y respeto a esas mujeres que vinieron antes,
y al mismo tiempo darme permiso para vivir de otra forma.
Sanar el linaje femenino es soltar lo que no es tuyo.
Es dejar de cargar lo que ya no te corresponde.
Es elegir desde tu presente, no desde sus heridas.
Y también es recoger su fuerza.
La que sostuvo generaciones.
La que cuidó, la que resistió, la que amó a pesar de todo.
Tú, puedes ser el cambio.
Ser la mujer que pone límites donde antes hubo silencio.
La que se cuida sin culpa.
La que cría con libertad.
La que elige su camino sin miedo.
La que honra el linaje transformándolo.
Ese acto de conciencia es un regalo no solo para ti,
sino también para las mujeres que vendrán después.